Ante todo quiero expresar mi dolor por las muertes y heridas del antentado de ayer y mi condena al terrorismo, máxime utilizado en nombre de Dios. Ahora bien, me parece que el tratamiento de imágenes blancas de los medios de comunicación británicos ha tenido un efecto nefasto.
Es admirable la sobriedad y el sentido de servicio público que tienen los medios británicos, creo que es díficil no dejarse llevar por un cierto morbo y sensacionalismo. Del mismo modo, parece que los ciudadanos están acostrumbrados a quejarse en caso de que se las imágenes o los textos sean más duros de lo que consideran oportuno. Las consecuencias no me parecen positivas.
He escuchado muchas declaraciones a lo largo de la mañana de españoles que llevan tiempo viviendo en Londres y todos coinciden en una cosa, que parece que no ha pasado nada. ¿Cómo es posible?
No comparto ese derecho constitucional que justifica imágenes escabrosas y sanguinarias que no informan verdaderamente, sino que se recrea en el dolor. Soy discípulo de Miguel Gil que estropeaba las tomas porque su mano se adelantaba al objetivo de su cámara para salvar a aquellos que tenía delante. Del mismo modo defiendo la información suficiente (texto e imágen) como para levantar las reacciones humanamente lógicas. ¿Cómo es posible que no haya habido ni una sola manifestación pública de dolor? No, los británicos han segudos sus vidas, con afán de normalidad, como si no hubiera pasado nada. Creo que el tratamiento blanco de los medios de comunicación británicos han servido de ayuda para esta normalidad anormal que interpreto como un escapismo del dolor y no como decencia pública o servicio público.
El dolor existe y uno no puede escapar de él. Ni siquiera en la era del bienestar social y de la comodidad. Huir de él nos lleva al desaliento, en cambio hay que aceptarlo y afrontarlo con valentía, solo así podremos elevarnos sobre él.
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Perdonen mis pedales.